El caso de los 100.000 olivos que serán expropiados en Jaén para construir megaplantas solares es el último ejemplo de cómo el sistema capitalista utiliza el disfraz de la sostenibilidad para arrasar con comunidades enteras y su modo de vida. Las megaplantas proyectadas en Arjona, Lopera y Marmolejo son un insulto no solo a los agricultores locales, sino también a los valores ecológicos y sociales que supuestamente deberían inspirar la transición energética.
La Junta de Andalucía y las corporaciones energéticas han declarado estas plantas “utilidad pública”, un eufemismo que en realidad significa destruir lo público en beneficio del lucro privado. Se trata de proyectos fragmentados de forma artificial para esquivar controles administrativos más estrictos y que prometen beneficios pírricos para los agricultores: alquileres ridículos que no compensan las pérdidas de un recurso que ha sostenido a generaciones. Esto es capitalismo verde en su versión mas descarada, una estructura que prioriza las ganancias empresariales sobre las necesidades humanas y el equilibrio ambiental.
Los olivos no son solo árboles; son un patrimonio cultural, económico y ambiental. En plena producción, son el pilar de la economía rural de la Campiña Norte de Jaén, además de un elemento fundamental del paisaje declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO. Sustituir este ecosistema único por placas solares industriales no es una solución sostenible, sino un ejemplo de cómo se utiliza la “transición energética” para perpetuar la explotación y el desarraigo rural.
La lucha de los agricultores, organizados en plataformas como Campiña Norte y SOS Rural, no es solo por sus tierras, sino por el derecho a una vida digna y por un modelo económico que respete a las personas y al entorno. Frente a las políticas que subastan el futuro del campo andaluz a fondos de inversión, es imperativo alzar la voz y exigir un cambio profundo: una verdadera planificación energética y territorial que priorice el bien común sobre los intereses del capital.
Este conflicto no se resolverá con reformas cosméticas. Lo que necesitamos es una transformación radical que acabe con la privatización de los recursos naturales y devuelva el control de la tierra y la energía a quienes la trabajan. Si permitimos que sigan expropiando tierras bajo el pretexto de lo “verde”, lo único que quedará será un desierto de placas solares gestionado desde despachos de multinacionales. Los agricultores de Jaén están en la primera línea de esta batalla, y es nuestra responsabilidad solidarizarnos con ellos para construir una alternativa que proteja a las comunidades rurales frente al saqueo del capital.
¡Jaén no se rinde! La defensa del olivar andaluz es la defensa del pueblo trabajador y de nuestra soberanía.