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La otra crisis climática

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Cuando el Nobel de Física de 2022 firmó una declaración crítica con el cambio climático, saltaron todas las alarmas. El Prof. John Clauser había sido recientemente nombrado miembro del Consejo de Administración de la “CO2 Coalition”, una organización que cuestiona la postura hegemónica sobre el calentamiento global y las emisiones invernadero. En su nombramiento, Clauser afirmó que “La ciencia climática descarriada ha hecho metástasis en una pseudociencia sensacionalista”, y esto le valió para que el FMI cancelara las charlas que con él tenía programadas. En la era digital, la amplificación de unos discursos sobre otros tiene un efecto instantáneo y duradero, y cuando esta se hace en base a la “ciencia”, y quienes la aplican son instituciones transnacionales, su autoridad pasa a ser indiscutible.

EL DOGMA

Desde mediados del siglo XX, la creciente conciencia del impacto ambiental de las actividades humanas ha abierto nuevos campos de investigación a la par que nuevos mercados. Hoy el movimiento ecologista tiene poco que ver con proteger el medio ambiente y mucho con promover un determinado estilo de vida, un nuevo estilo de consumo. La palabra “verde” pasó a ser sinónimo de virtud, y la huella de carbono se convirtió en el pecado original. De este modo, las actividades humanas contaminantes adquieren un valor moral más allá de los aspectos técnicos o científicos del proceso. A este respecto, sólo nos queda callar y expiar nuestros pecados de carbono. Tal es el carácter cuasirreligioso de las posturas hegemónicas que el propio Papa Francisco le dedicó una encíclica.

El estado del arte con respecto a la cuestión climática es simple: el ser humano produce un impacto sobre el planeta que excede la capacidad de respuesta y recuperación de éste, traduciéndose en la alteración de los parámetros fundamentales de la vida en la Tierra. Nuestra actividad productiva y de consumo genera residuos, que en estado sólido interfieren con los ecosistemas a nivel local, y en estado gaseoso alteran la composición de la atmósfera y, en consecuencia, su temperatura. Las evidencias sobre las que se respaldan estas afirmaciones son innumerables, si bien los detalles particulares del discurso han ido cambiando. Hasta aquí todo sería equiparable a otros campos de estudio. Sin embargo, existe una fuerte resistencia a aceptar otras interpretaciones de los elementos individuales de lo expuesto aquí, o nuevas relaciones entre las variables presentadas. O peor aún, un nuevo modelo que explique o trate de explicar de forma alternativa por qué sucede lo que vemos que sucede, y hasta qué punto sucede esto así. Los conceptos son reforzados en todas las plataformas, hasta el punto de que éstas incluyen una suerte de descripción junto a los contenidos que vayan sobre el cambio climático, para cuidarse de interpretaciones alternativas.

La estrechez de este planteamiento recuerda a los otros numerosos dogmas de los que nos podemos encontrar actualmente. Así, el “dogma trans” reza que las mujeres trans son mujeres porque ser mujer es Identificarse como tal, y que la mejor solución para resolver la disforia es dando el paso hacia la transición. En ambos casos existe un interés por dificultar la búsqueda de interpretaciones alternativas, o silenciarlas cuando se encuentran.

EL SILENCIO

La autocensura es la herramienta más contundente con la que cuenta el dogma climático. En este aspecto, la falta de formación científico-técnica es una enorme fuente de autocensura, ya que uno tiende a no opinar de lo que no se comprende, o si lo hace, se prefiere disentir poco de la corriente general. La visión alternativa de la cuestión climática no pasará en este caso de breves comentarios en petit comité.

Para quienes no se guardan las palabras, existe todo un aparato logístico de cancelación que va desde el silencio y la ocultación al escarnio público. La etiqueta de negacionista alcanzó cotas máximas allá durante el confinamiento, cuando se usaba como cajón de sastre para calificar desde la crítica a la gestión del Gobierno hasta las posiciones antivacunas. En la cuestión climática hoy son negacionistas también los climatólogos y científicos que, con conocimiento de causa, señalan que pueden existir fallos en los modelos climáticos, que los mecanismos de regulación del planeta no se han comprendido al completo, o simplemente que existen explicaciones alternativas a los sucesos que nos encontramos. Todas estas voces han sido bien silenciadas, bien denunciadas públicamente en nombre del “consenso global sobre el clima”. Ante esta espada han caído el mencionado Nobel de Física de 2022, el Nobel de Física de 1973, el ex fundador de Greenpeace Alan Moore, el científico y miembro de la Academia Nacional de Ciencias (EE. UU.) Steven Koonin, el Comité de Ciencias Geológicas de la Academia de Ciencias de Polonia, el Colegio de Geólogos (España) e innumerables investigadores y grupos individuales.

EL CONSENSO

Quizá uno de los motivos detrás de los episodios de silenciamiento que vemos en relación con el medio ambiente sea el miedo a la falsabilidad. El 97% de los científicos afirman que el calentamiento global es un fenómeno antropogénico. El consenso, publicado originalmente en una revisión bibliográfica realizada por Naomi Oreskes en 2004, ha sido posteriormente popularizada por otros investigadores y agencias de comunicación. Oreskes se apoya en el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), asegurando que “los informes de evaluación expresan claramente el consenso científico” (Oreskes, 2004). Oreskes es tajante al afirmar que “la impresión de desacuerdo o confusión en la comunidad científica es incorrecta”, como lo es al asumir un consenso absoluto, que posteriormente quedaría traducido como “próximo o igual al 100%”. No sería hasta la encuesta realizada por Doran y Zimmermann (2009) y el estudio de William Anderegg (2010) sobre las publicaciones de diferentes autores según su postura respecto del cambio climático antropogénico, donde aparecería la cifra del 97%. De acuerdo con The Consensus Project sobre el cambio climático, “el debate está zanjado”, y “hay un creciente y abrumador consenso sobre la veracidad del calentamiento global.” Apenas 9 años después aparecía en la revista Sage una publicación que indicaba que, al fin, se ha alcanzado el 100% del consenso sobre el carácter antropogénico del calentamiento global. Este tipo de enunciados son peligrosos por los motivos mencionados a continuación.

«Los científicos alcanzan el 100% del consenso sobre el Calentamiento Global antropogénico». Foto: Sage Journals
«Los científicos alcanzan el 100% del consenso sobre el Calentamiento Global antropogénico». Foto: Sage Journals

Los dos pilares que sustentan el conocimiento científico son la falsabilidad y la reproducibilidad. El primero es un principio de negación, con el cual se asegura que los enunciados estén sujetos a reformulación y corrección si se presenta la evidencia adecuada. El segundo es un principio de afirmación, mediante el cual la capacidad de obtener resultados consistentes en la experiencia práctica avalaría y fundamentaría este enunciado. En la Historia de la Ciencia se ha tendido a veces a primar la reproducibilidad sobre la falsabilidad en las ciencias. Esto es comprensible porque las ciencias suelen abrir puertas a conocimientos alrededor de los cuales se estructuran las sociedades. La falsabilidad en la ciencia práctica se convierte en una carta de enmienda poderosa, en la antítesis del saber consensuado. El peligro de los consensos reside precisamente en su inercia, y la robustez ante las perturbaciones producidas por nuevas interpretaciones o hipótesis contradictorias puede no siempre ser una solidez en la ciencia en sí, sino una solidez en las mentes de quienes la interpretan. De este modo, los consensos pueden impedir la sustitución de los elementos caducos de la teoría por otros, renovados, hijos de la nueva experiencia. Así se da muerte al principio de falsabilidad. Esto es especialmente relevante dado el carácter potencialmente revolucionario de las antítesis, siempre que estén debidamente fundadas. La falsabilidad es una garantía de actualización, y su impacto es evidente con ejemplos tan populares como el heliocentrismo o la selección natural. Naomi Oreskes reconoce humildemente este principio rector de la producción científica, pero deja de lado esta cuestión en su trabajo.

Por un lado, en estos artículos “concluyentes” se incurre en una falacia de autoridad al proyectar mayor valor a las investigaciones de autores más prolíficos, primando la cantidad sin necesariamente revisar la calidad de las investigaciones. Aquí podemos estar asistiendo al sesgo del superviviente: en el contexto hostil frente a antítesis sobre el modelo climático, los autores que presenten estudios que contradicen el consenso pueden verse silenciados, como se ha cubierto con Alimonti, y otros. (2022). Para finalizar, el grupo de científicos “no convencidos” fue seleccionado de aquellos que habían publicado su disconformidad con algunas de las conclusiones del Informe de Evaluación número 4 del IPCC. No se trata de un criterio arbitrario, pero se apoya en cómo de manifiestas sean las críticas de estos investigadores, sin que esto sea significativo acerca de la solidez de sus conclusiones. Todas estas cuestiones al respecto de la representatividad de las muestras, los ránquines de citas y la selección de estudios particulares emergen del mismo problema del consenso.

LA OTRA CRISIS CLIMÁTICA

En los propios estudios de Oreskes, Anderegg y Doran y Zimmerman existen aspectos que nos hacen arquear la ceja. El trabajo de Oreskes deja fuera del estudio miles de artículos que coinciden con sus criterios de búsqueda (periodo, palabras clave, revistas indexadas). Esto genera un claro problema de representatividad. Esto es mucho más evidente en el trabajo de Doran y Zimmerman, donde el elevado consenso se ha obtenido con una tasa de respuesta del 30%. De la porción que respondió, el 82%, y no el 97%, responde afirmativamente a la pregunta ¿Cree usted que la actividad humana es un factor significativo que contribuye a alterar las temperaturas medias globales? Por último, queda la valoración de los datos en el estudio de Anderegg. Los autores de este estudio reconocen las debilidades propias del estudio en un ejercicio de honestidad intelectual. No obstante, en el estudio se valora a los investigadores por producción científica y volumen de citas. Esta clasificación cualitativa de los investigadores con un baremo cuantitativo es sintomática en el actual sistema de producción científica, con la sola salvedad de ponderar los resultados de acuerdo con el índice de impacto de la revista en que se publicó. Ante todo, no debe confundirse el volumen de publicación con el grado de acierto de estas. Anderegg acierta al señalar que los datos pueden verse comprometidos por un abuso de autocitas, una práctica habitual en la publicación. Por tanto, las únicas métricas objetivas de que se disponían en el estudio están viciadas.

Entre las diferentes posturas que confrontan con el “dogma” climático, encontramos a quienes aseguran que los datos no nos permiten, todavía, extraer conclusiones sobre el futuro del clima. Otros cuestionan la interpretación dada actualmente, y proponen alternativas. Este es el caso de un grupo de investigadores italianos que publicaron en 2022 un artículo sobre la falta de evidencias de los efectos del cambio climático. Según los autores, el aumento de fenómenos catastróficos y desastres naturales no vendrían por un recrudecimiento del clima, sino por un aumento de la capacidad informativa y de registro. Estos autores vieron su artículo retirado unos meses después, tras las presiones de otros científicos y de la prensa. Una suerte similar corrió otro artículo, publicado en la revista Tierra y Tecnología del Colegio de Geólogos. En él, se planteaba una dura crítica al dogma climático, y el autor aportaba un abrumador número de pruebas. El Colegio de Geólogos, pese a haber encargado y respaldado este documento, cedió también ante la crítica de cientos de científicos, sin importarles que un número igual de expertos respaldara los datos y los enunciados que allí aparecían. Los geólogos, y en especial los paleoclimatólogos –que estudian la historia climática de la Tierra en el pasado– tienen especiales reservas a la hora de concluir sobre el carácter antropogénico del cambio climático. La perspectiva que nos da ampliar las miras más allá de los últimos 150 años nos deja un panorama muy diferente al hegemónico. Si comprendemos, por ejemplo, que nuestro planeta tiene ciclos de alta y baja temperatura a lo largo de decenas de miles y centenares de miles de años, que en tiempos de los dinosaurios la temperatura media llegó a superar los 30 (hoy son aproximadamente 16 ), o que nos aproximamos al final del actual periodo interglaciar (donde las temperaturas son más altas) se nos plantea otro escenario que no casa con el aceleracionismo catastrofista pseudorreligioso.

Histórico de la temperatura del planeta en los últimos 500 millones de años. Foto: NOAA
Histórico de la temperatura del planeta en los últimos 500 millones de años. Foto: NOAA

Dentro del propio comité de expertos del IPCC, el consenso es cuestionable. Esto se debe fundamentalmente a la disonancia que existe entre el informe científico y el informe que se redacta para gobiernos y legisladores. Donde el primero es una recopilación de datos y posibles explicaciones, el segundo toma la forma de conjunto de directrices ya filtradas y fuertemente políticas. Desde que se emitió el primer informe del IPCC AR1 hasta el más reciente AR6, se ha podido apreciar un giro de timón en las conclusiones, y también en la forma de presentar la información. Una severa crítica a este último informe la ha presentado Clintel, una organización respaldada por más de 1800 científicos, ingenieros y otras personalidades de todo el mundo, y que asegura que “no hay emergencia climática.” Todo esto contrasta fuertemente con la afirmación de que todos los científicos están de acuerdo con respecto al cambio climático. La falta de especificidad en lo que se está preguntando –pues cambio climático ha sido siempre– sumada a la confusión conveniente de cambio climático con calentamiento global y la omisión deliberada de visiones como las mostradas anteriormente hacen que el celebrado “consenso” no se pueda tomar realmente en serio.

Algunos científicos, como el físico Jim Al-Khalili, usan el principio de precaución para defender la acción actual por el clima. Así, defienden que “es mejor hacer algo, aunque nos equivoquemos, que no hacer nada y sufrir las posibles consecuencias.” Los partidarios de esta postura no han considerado que ese “hacer algo” pueda consistir en una serie de perjuicios no sólo para la población, sino para el propio entorno, que nacen en base a un uso no eficiente o incluso desesperado de los recursos disponibles.

El conocimiento científico avanza con la incorporación de nuevas formas de explicar lo que nos rodea y el abandono de las viejas. Para que esto suceda, es fundamental que exista una oposición, o al menos una enmienda, a las teorías que describen nuestro entorno. La mayor crisis climática emerge de la huida hacia delante de unos grupos consolidados y anquilosados en sus posiciones, que basan la validez de sus hallazgos en el peso de la institución que representan y no en el peso de los datos. El cambio climático se puede explicar desde múltiples perspectivas, y silenciar algunas posiciones por conveniencias discursivas es una falta a la honestidad intelectual. La ciencia ambiental podría avanzar mucho más si se abandonara la intransigencia y la cerrazón.

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