La peste porcina africana estalla en España: décadas de descontrol y abandono pasan factura
La reaparición de la peste porcina africana (PPA) en Cataluña, después de más de treinta años de erradicación, no es solo un problema sanitario: es el síntoma de un modelo rural castigado por la desidia institucional. El brote, detectado en jabalíes de la sierra de Collserola, ha encendido todas las alarmas en un sector que ya trabajaba con márgenes mínimos. Y la frase que muchos ganaderos repiten resume el drama: “Ya estábamos trabajando a pérdidas; este golpe puede ser letal”.
Un desastre anunciado
Durante años, las organizaciones agrarias han advertido del crecimiento descontrolado de la fauna salvaje, especialmente del jabalí. No ha sido una queja aislada: era un clamor. Pero las administraciones lo ignoraron, amparadas en discursos ecologistas de despacho mientras abandonaban las zonas rurales a su suerte. Hoy, ese abandono se traduce en riesgo económico, sanitario y reputacional para uno de los motores agroalimentarios del país.
La PPA no afecta al ser humano, pero destruye explotaciones enteras. Europa lo sabe desde hace más de una década, cuando la enfermedad avanzó por el Este persiguiendo precisamente a poblaciones de jabalí descontroladas. España, sin embargo, prefirió confiar en la suerte más que en la prevención.
Golpe económico en un sector ya castigado
El impacto no ha tardado en sentirse: el precio del cerdo ha caído de inmediato y las exportaciones —pilar fundamental del porcino español— entran en zona de incertidumbre. España factura miles de millones al año en este sector, pero un solo contagio en una granja comercial podría cerrar mercados internacionales con efecto dominó.
Todo esto ocurre en un contexto en el que muchas explotaciones ya estaban al límite por costes energéticos, normativas asfixiantes y una política alimentaria que penaliza sistemáticamente la producción nacional.
El Estado llega tarde… otra vez
Ahora, con el brote encima, llegan las prisas: despliegue de la UME, controles reforzados, reuniones “de urgencia” con el sector y promesas de que “la situación está bajo control”. Pero los ganaderos saben la verdad: España reaccionó tarde porque nunca quiso afrontar el problema del jabalí, ni dotó de medios reales a los equipos que llevan años pidiendo soluciones.
La gestión pública vuelve a moverse solo cuando el desastre ya es visible. Lo mismo ocurrió con los incendios, con la sequía, con el lobo, con las plagas agrícolas… y ahora con la PPA.
Una lección amarga que España no puede permitirse olvidar
Este brote debería ser un punto de inflexión. No basta con apagar fuegos; hay que reconocer que el campo español está desprotegido mientras soporta el peso económico y ecológico del país. Sin un control efectivo de la fauna salvaje, sin inversión en bioseguridad real y sin un plan serio de apoyo a las explotaciones, la próxima crisis será cuestión de tiempo.
Y quizá entonces, como ahora, volveremos a escuchar el mismo lamento: “Trabajábamos a pérdidas… y el golpe ha sido letal”.