España crecerá un 2,5 % en 2025, según el Banco de España. Se trata de un crecimiento “real”, ya que descuenta la inflación, pero medir la economía solo en términos de producción ofrece una visión parcial. El bienestar depende, sobre todo, de cuánto queda en el bolsillo de la gente, y ahí los datos cuentan otra historia.
El PIB no es per cápita. Si la población aumenta, como ocurre actualmente por el fuerte incremento de la inmigración, el PIB total puede subir aunque el PIB por habitante baje. Y el cálculo oficial ni siquiera incluye a cientos de miles de inmigrantes en situación irregular, por lo que el PIB per cápita real es incluso menor del que se difunde. Además, el PIB mide cuánto se produce, pero no cómo se reparte, por lo que puede crecer mientras los beneficios se concentran en una minoría y el grueso de los hogares pierde poder adquisitivo.
Mientras tanto, los salarios reales siguen estancados. En 2024, los sueldos subieron un 3,1 % en términos nominales, según el INE y Eurostat, pero ese incremento no ha compensado la inflación acumulada. Desde 2019, el poder adquisitivo ha caído un 2,5 %, el precio de la vivienda se ha disparado más de un 50 % desde 2014 y aunque en 2025 los alimentos han moderado su subida, aún son un 30 % más caros que antes de la crisis inflacionaria.
La inmigración masiva agrava el problema. Por un lado, incrementa la población más rápido que la producción; por otro, ejerce presión a la baja sobre los salarios, sobre todo en sectores poco cualificados. Así lo ha reconocido el propio Banco de España, al señalar que la entrada masiva de mano de obra menos productiva contribuye a mantener bajos los sueldos. La economía crece, pero los ingresos laborales se enfrían. Así lo confirma también el informe del informe ICSA–EADA 2024, que muestra que ninguna categoría profesional ha recuperado el poder adquisitivo perdido desde 2007. Con una inflación acumulada de cerca del 40 %, los salarios reales, especialmente entre mandos y técnicos, se han estancado o reducido.
Además, lo que importa no es tanto el PIB ni el salario bruto, sino la renta disponible. Con los tramos del IRPF sin deflactar, muchos contribuyentes pagan más aunque su capacidad real de gasto no haya mejorado. Suben de tramo fiscal sin haber subido de nivel de vida, lo que erosiona directamente su ingreso real.
A eso se suma que el IPC (índice oficial para medir la inflación) no refleja bien el coste de vivir, pues, por ejemplo, no incluye el precio de la vivienda en propiedad ni las hipotecas, aunque sean el mayor gasto familiar. Solo tiene en cuenta el alquiler, y aun así con retraso y limitaciones.
El resultado es claro: la economía crece, pero el bienestar no. Más de 12 millones de personas siguen en riesgo de pobreza o exclusión social, y cerca del 40 % de los inquilinos destinan más del 40 % de su salario al alquiler. El PIB puede subir mientras la mayoría vive peor, esto es una verdad incómoda, pero empíricamente cierta. Porque sin salarios dignos, sin renta real y sin estadísticas honestas, el crecimiento del PIB es solo un espejismo.