28 de noviembre de 2025

Las pensiones no peligran por los jubilados, sino por los sueldos

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Durante años nos han repetido el mismo mantra consistente en que el gran problema de las pensiones es que vivimos más y nacen menos niños, pero el verdadero agujero del sistema no está en los jubilados, sino en los salarios. Y esto es exactamente lo que demuestra la investigación de dos economistas españoles ( Julián Díaz Saavedra y Javier Díaz‑Giménez) en un artículo denominado: <<La caída de la renta laboral, otro reto para las pensiones>> que analiza un punto que casi nadie quiere mirar: la parte del PIB que va a los trabajadores está cayendo, mientras que la parte que va al capital no deja de crecer.

Las cotizaciones sociales, que financian la mayor parte del sistema público de pensiones, dependen directamente de la masa salarial. Si los sueldos representan cada vez menos del PIB, las cotizaciones como porcentaje del PIB también caen. Aunque la economía crezca, la recaudación puede estancarse o incluso disminuir. Por eso es falso el argumento de que <<si el PIB sube, habrá dinero para todos>>. Si el crecimiento económico se lo queda el capital (beneficios empresariales, dividendos, rentas financieras) y no los trabajadores, el sistema de pensiones pierde oxígeno.

Este es el punto político que casi todos esquivan. No estamos sólo ante un debate técnico sobre demografía, sino ante un conflicto distributivo evidente: ¿cómo se reparte la riqueza que genera un país? Y aquí aparece un elemento clave que muchas voces de la derecha española utilizan para dividir: enfrentan a jóvenes y mayores como si los pensionistas fuesen culpables de los salarios de miseria que sufren los jóvenes. Es una estrategia cómoda, pero absolutamente falsa. Los jubilados no fijan los sueldos; lo hacen las empresas, el mercado de trabajo y los gobiernos que permiten condiciones cada vez más precarias.

De este análisis se desprenden dos conclusiones claras. La primera es que hay que frenar la caída de la participación salarial en la economía. En el corto plazo, reduciendo el paro y reforzando la negociación colectiva para que los salarios crezcan. En el largo plazo, asegurando tipos de interés bajos de forma estructural, porque unos tipos altos encarecen la inversión y presionan a la baja los sueldos. La segunda conclusión es igual de evidente: si el capital se queda con una parte cada vez mayor de la tarta, tendrá que contribuir más. Eso implica crear un impuesto de solidaridad sobre las rentas del capital de mayor nivel (o aumentar sus tipos) y destinar esa recaudación adicional directamente a las pensiones.

Todo esto sucede dentro del contexto de globalismo capitalista en el que vivimos, un sistema que empuja hacia la precariedad salarial y el debilitamiento del Estado social. Si no se corrige esta tendencia, el debate sobre las pensiones seguirá siendo una batalla mal planteada, ya que el problema no son los jubilados, sino un modelo económico que castiga a quienes viven de su trabajo mientras premia a quienes viven de su capital.

Las pensiones serán sostenibles si los salarios lo son. Y ahí es donde debería centrarse realmente el debate público.