La noticia ha pasado desapercibida en buena parte de la prensa internacional, pero resulta reveladora: Italia prevé emitir casi 500.000 nuevos visados de trabajo para ciudadanos extracomunitarios entre 2026 y 2028. Así lo ha confirmado el gobierno de Giorgia Meloni, que se justifica en la escasez de mano de obra como excusa para flexibilizar su discurso antimigratorio.
¿No era esta la dirigente que llegó al poder prometiendo “cerrar los puertos” y proteger a la nación italiana del reemplazo demográfico? ¿No era esta la que defendía la civilización cristiana y los valores europeos frente al supuesto avance del multiculturalismo? La realidad, como casi siempre, desmonta el relato.
Esta no es la primera vez que el gobierno de Meloni abre las puertas a la inmigración en masa. En 2023, su Ejecutivo ya autorizó la llegada de más de 450.000 trabajadores extranjeros para el trienio 2023-2025, bajo el mismo pretexto: cubrir vacantes en sectores como la agricultura, la hostelería o el trabajo doméstico. Un año antes, en 2022, el llamado «decreto flujos» regularizó la situación de más de 80.000 personas. Los números no mienten.
La explicación tampoco es compleja: manda el gran capital. Y cuando este exige mano de obra barata, sumisa y reemplazable, incluso los gobiernos más conservadores se pliegan. La retórica patriótica de las derechas se evapora ante las exigencias del poder empresarial. Ni la soberanía, ni el supuesto amor a la nación pesan más que los balances contables de la patronal.
Meloni no solo se pliega a los poderes económicos: también se ha rendido ante Bruselas. A pesar de su retórica euroescéptica, ha acatado sin rechistar las reglas impuestas por la Unión Europea y ha renunciado a cualquier confrontación con el núcleo burocrático del poder europeo. Además, en política exterior, su subordinación es aún más clara: ha reafirmado su lealtad incondicional a la OTAN y a los intereses de Washington, apoya sin fisuras el envío de armas a Ucrania, respalda el aumento del gasto militar exigido por Estados Unidos y renuncia a cualquier atisbo de soberanía estratégica.
Así, Italia se convierte en el ejemplo perfecto de que la derecha populista no representa una alternativa real. Bajo el ruido del discurso antiinmigración y las proclamas soberanistas, se esconde la misma lógica de sumisión al poder económico. Cuando el gran capital llama, los supuestos patriotas no dudan en abrir la puerta.