Los sacrificios en pos de un «mejor futuro» para Argentina, uno con «más libertad», iban a pagarse con los beneficios de la casta. Al menos esa era la promesa de campaña del ultraliberal, Javier Milei; promesa que reiterĂł durante su discurso de asunciĂłn el pasado diez de diciembre, donde tambiĂ©n asegurĂł que no habĂa «alternativa posible al ajuste», y que tampoco existĂa «lugar a la discusiĂłn entre shock y gradualismo».
Hay que aceptar que Milei no mintiĂł, apenas se instalĂł su gestiĂłn, iniciaron los ajustes vestidos de una «ley Ăłmnibus», que hoy el Supremo del paĂs sudamericano declarĂł inconstitucional, pero que en esencia pasaba por hacer que fueran los trabajadores los que pagaran el pato.
Lo primero fue la devaluación del peso argentino, un 50% para ser exactos. Esta medida, aplaudida por «expertos» liberales de las redes sociales, acompañada con otras como la liberalización de los precios de varios productos y servicios básicos (también celebrada por los «cibereconomistas») provocaron un escenario dantesco para clase trabajadora.
Milei eliminĂł leyes de protecciĂłn como la ley de gĂłndolas, la de abastecimiento, quitĂł paliativos como «Precios Justos» y la devoluciĂłn de IVA. Por esto, los alimentos, que ya eran difĂciles de conseguir, han aumentado hasta en un 30%; llevarse algo a la boca, para muchas familias trabajadoras, se ha convertido en un lujo o algo meramente imposible.
A un mes de la asunciĂłn de Javier Milei como presidente, los movimientos sociales que gestionan comedores populares en diferentes ciudades del paĂs muestran preocupaciĂłn y alerta. Estos mencionan un incremento en la cantidad de personas que buscan ayuda alimentaria, con un ejemplo especĂfico de un comedor en Villa Soldati, centro de la ciudad, que tiene casi 200 personas en lista de espera.
Se estima que en todo Argentina hay alrededor de 10.000 comedores gestionados por diversas organizaciones sociales, polĂticas, comunitarias y vecinales. Existen varias organizaciones como Libres del Sur, que opera más de 2700 comedores que alimentan a casi 180.000 personas.
En este tiempo, el precio de la gasolina ha experimentado un aumento del 80%, acumulando un impactante 150%. Este significativo incremento en los combustibles no ha sido el único golpe para los bolsillos de los trabajadores, ya que las empresas de prepagas, lejos de «competir libremente», como reza el mantra liberal, se han unido para pactar un aumento del 40% en los servicios de salud. Además, la eliminación de subsidios y los consecuentes aumentos en los transportes públicos han contribuido a agravar la situación económica. La preocupación se intensifica, ya que se anticipa un inminente aumento del 300% en las tarifas de electricidad y gas.
A esto hay que agregar las modificaciones que se buscan hacer al cĂłdigo laboral con el fin de facilitar los despidos, reducir las prestaciones, y cualquier otra cosa que promueva la vieja costumbre de usar y desechar a los trabajadores.
SerĂa una tonterĂa decir que estas medidas afectan a todos por igual, y más aĂşn hablar de que los que pagan las consecuencias son los miembros de una «casta» un tanto desdibujada. Digo esto porque la verdad es obvia, son los trabajadores argentinos los de los hijos en comedores sociales, los de las ollas populares, lo del frĂo en invierno y los que son pobres trabajando. Ellos, no ninguna casta.
A pesar de estas obviedades, como cada vez que se toca el tema Milei, la secciĂłn de comentarios se llenará de «expertos en economĂa» (Âżgraduados de la universidad de Browntong?) dispuestos a defender a capa y espada al liberal y los sacrificios impuestos, en pos de que «Argentina sea más libre y prĂłspera».
Los invito a ver la secciĂłn de comentarios de otros artĂculos sobre el «LeĂłn» que hemos publicado, para que vean lo que dicen.
Los mismos que te dicen que el comunismo es hambre y miseria, justifican el hambre y la miseria ajena. Eso sĂ, no busques profundizar, porque si hay algo que caracteriza a estos «economistas», es el no ser muy hábiles ni en historia, ni en retĂłrica. Todo intento de debate terminará en una frase que incluirá el eslogan de moda: «zurdo de mierda».
En fin, no importa qué tan negras se pongan las cosas en Argentina, o en cualquier lugar donde este experimento se repita. Siempre habrá un mononeuronal defendiendo la miseria ajena, por sentirse especial.