El «No a la guerra» que un día enarboló el PSOE fue más eslogan que compromiso real. Desde que Felipe González consolidó la entrada de España en la OTAN, el partido ha seguido los pasos marcados por las grandes potencias occidentales. Hoy, con Pedro Sánchez en La Moncloa, ese camino se intensifica.
En 2025, el Gobierno ha disparado el gasto militar por encima de los 40.000 millones de euros, un 2,48% del PIB si se suman todas las partidas vinculadas a defensa. Pero este incremento presupuestario no tiene como objetivo reforzar nuestras capacidades ni proteger nuestras fronteras, sino que responde a las exigencias de la Unión Europea en su actual estrategia de rearme.
La implicación creciente en la guerra de Ucrania lo deja claro. España participa en un conflicto que no le concierne directamente, sin interés nacional de por medio ni beneficios estratégicos visibles. Se sigue un papel asignado por Bruselas, no por necesidad propia.
Mientras tanto, el Gobierno mantiene relaciones activas con la industria militar israelí. Desde octubre de 2023, España ha adjudicado 46 contratos por más de 1.000 millones de euros a empresas de armamento de Israel. Entre las armas compradas están lanzacohetes y misiles que han sido usados en Gaza y aunque el Ejecutivo del PSOE aseguró que se suspenderían las operaciones comerciales, lo cierto es que la mayoría de los contratos siguen en vigor.
Todo esto ocurre mientras Israel refuerza su cooperación con Marruecos, país que ocupa ilegalmente el Sáhara Occidental. El PSOE, en lugar de defender la causa saharaui, ha optado por mirar hacia otro lado. O peor: por alinearse con quienes sostienen esa ocupación.
España no se rearma para defenderse. Lo hace para encajar en una arquitectura militar extranjera, llevando a cabo una política exterior que nos ata a una cadena de intereses ajenos y a conflictos que no son nuestros. No hay soberanía, ni seguridad. Solo obediencia.
