En estos tiempos, la multiculturalidad es uno de los ejes de las políticas progresistas. Pretenden hacer ver que ellos son los únicos defensores de este concepto pero, o son incapaces de ver sus riesgos o por algún extraño motivo, conociéndolos, la fomentan sin control.
La civilización occidental es multicultural. En Europa está presente en cuanto a idiomas, tradiciones… Nada nuevo en el horizonte. Pero todo comparte un denominador común: el respeto por quien es distinto.
España lo posee con la misma intensidad con que debería recuperar el instinto de defender lo propio. El problema es la ingenuidad de quien cree haber descubierto que lo multicultural es de manera absoluta, una obligación a cualquier precio. Y ese pensamiento inmaduro se propaga a gran velocidad porque el daño que esto genera no afecta a quien promueve esta idea. Por el momento.
Siendo sarcástico, resulta que como el progresismo es la multiculturalidad y la multiculturalidad significa la libertad de desarrollo toda forma de «cultura», sin control y sin dar importancia a las consecuencias, es posible plantearse que, si llega una cultura reaccionaria, incompatible con cualquier otra, sea cuestión de tiempo (y de falta de reacción del huésped) que acabe imponiéndose.
Resulta paradójico que una persona que defienda por poner un ejemplo, los derechos de la mujer, apruebe sin excepciones una cultura en la que las mujeres, por orden divina, deben ocultar su cabello, a veces rostro y por supuesto cada parte de su cuerpo excepto a su marido. Un marido que en su código moral que, además, se ajusta al código religioso, puede tener varias mujeres. Y, dicho sea de paso, un código que aprueba en los estamentos más radicales de su religión el matrimonio con niñas y el sexo con las mismas desde que tienen el periodo ¡Bienvenidos al progreso!
Una cultura que acepta públicamente el delito de la homosexualidad y que en muchas naciones árabes presumen de llegar incluso a la condena a muerte de un homosexual por el mero hecho de serlo. «¡Desfilemos juntos por vuestros derechos en Palestina, aunque acabe con los nuestros!». Esto no supone estar en contra de las creencias de cada uno (salvando opiniones personales siempre respetables por quien respeta). Esto supone una defensa de lo que nos define. Sin más. Todos hemos visto los logros y avances de algunos colectivos en España y todos hemos visto las amenazas que reciben en la calle precisamente por culpa de esta multiculturalidad impuesta, abusiva y antiigualitaria.
Cualquier español que ha viajado a países árabes ha podido disfrutar de su gastronomía, paisajes, arquitectura, historia. Y sobre todo algo que tienen muy arraigado: el amor a lo propio, a su cultura y religión. Algo que todo progresista admira en los demás y critica en sus semejantes. Animo al progresista inclusivo a viajar allí y probar a criticar cualquier matiz de aquella cultura. Veamos cómo termina. Ese sentimiento de pasión por lo propio, aquí el progresismo lo tacha de fascismo y conservadurismo si lo dice un semejante. Algo autolesivo sin duda. Pero allí es cultura y pasión. La famosa doble vara de medir.
Lo curioso es que el progreso, tal y como se entiende hoy, está dando entrada y voz a quien acabará con él. Progresar a veces es mirar atrás. Valorar los avances en derechos y libertades que se consiguieron hace ya más de cuarenta años. Se puede progresar, pero no a cualquier precio y no de la mano de cualquiera.