Superadas las rencillas con la anterior administración Biden, el reino wahabita de Arabia Saudía acogió con los brazos abiertos a Donald Trump. Fue este el simbólico inicio de una gira por Oriente Próximo que nos ha dejado bastante material diplomático, sobre todo de índole económica. La visita no puede ser trivial por varios motivos; especialmente por ser una de las áreas del planeta con más conflictividad interestatal, ante lo cual el republicano no ha dudado en blandir su estrategia de la pacificación a través de los acuerdos económicos mutuamente beneficiosos.
Iniciando en la propia monarquía saudí, Trump ha conseguido el compromiso de los saudíes a una inversión estratosférica en los propios Estados Unidos. Se cree que el principal campo en el que estarían interesados los árabes sería el químico y el tecnológico. Aunque seguido siempre por el omnipresente campo armamentístico. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que China es el principal comprador de crudo saudí, lo que hace difícil la disuasión americana al respecto, a pesar de ser un socio histórico y clave para el mantenimiento del arcaico régimen. En un discurso público, Trump afirmó que Estados Unidos abandonaba su agenda injerencista para ser un actor que reportase acuerdos económicos. Pero siempre a cambio de que los árabes se comprometiesen a abandonar la senda del conflicto a toda costa. Sin embargo, y en contraste con su política en el anterior mandato, no ha existido una mención explícita a la adhesión saudí a los Acuerdos de Abraham para reconocer a Israel.
Y es que no ha pasado desapercibido que el estado hebreo ha sido el gran ausente en esta flamante gira trumpiana. Si lo relacionamos con las propias declaraciones del presidente norteamericano, la estrategia de la injerencia armada y sin paliativos ya no parece la única. Pero no seamos ingenuos, esto no supone en absoluto una ruptura entre ambos países, si no más bien un castigo de Trump a la intransigencia israelí. Y es que el empecinamiento israelí en anexionarse los restos que aún quedan de Palestina, hace que su normalización en la región sea cada vez más compleja. Así mismo, los republicanos han conseguido una importante concesión de Hamás al liberar al último rehén con nacionalidad estadounidense, lo que podría ser un gesto de buena voluntad para que los americanos medien a favor del grupo terrorista auspiciado por Qatar y su Hermandad Musulmana.
En la senda diplomática, también podemos destacar el «acuerdo» con los hutíes yemenís, aunque las versiones del camino de llegada a tal punto sean confusas. En principio se habría logrado que los insurgentes islamistas chiis no ataquen a los buques comerciales americanos-se desconoce si los europeos estarían incluídos, ya que Reino Unido también participó en las campañas de bombardeos-. Lo que en apariencia podría ser un logro diplomático republicano, podría no ser tal, como recientemente afirma Ángel Marrades para Descifrando la Guerra, señalando que la campaña estadounidense se habría abortado por lo costoso de su realización y por la evidencia de la ineficacia práctica que supondría. De nuevo se omite la mención a Israel en el acuerdo, ya que los hutíes en «solidaridad» con Palestina-mientras matan de hambre a su propia población- han jurado no cesar en sus ataques al pequeño Satán. Pero aunque el reciente ataque al aeropuerto de Ben Gurion ha sido magnificado por todos los medios occidentales, nosotros reafirmamos nuestra tesis de que un grupo fanatizado de pastores en el borde occidental de la península arábiga poco puede preocupar a Israel, incluso les beneficia a la hora de justificar su intransigente agenda expansionista en la región.
Así mismo, aunque la semana pasada indicábamos que se habían pospuesto las negociaciones nucleares con Irán, se han reportado nuevas reuniones que podrían acercar posturas hacia la tolerancia del programa civil nuclear para los persas. De ser así, Israel se mostraría muy en desacuerdo, ya que su postura de la eliminación total de cualquier mínimo programa nuclear iraní es inamovible, lo que lo podría llevar incluso a no acatar el acuerdo de darse y atacar por su cuenta las instalaciones nucleares iraníes.
Y finalmente, la guinda al pastel ha sido el anuncio de la voluntad de levantar las sanciones contra Siria, que había sido catalogada de financiadora del terrorismo desde 1979, y objetora de sanciones desde la «represión» a las primaveras árabes-aunque el calificativo de islamistas sería lo más correcto, a luces del paso del tiempo- desde el 2011. De hecho desde su llegada al poder, el militante de Al Qaeda Al-Jolani ha pasado más tiempo viajando y arrodillándose ante Erdogán y los jeques saudíes y emiratíes, que en su propio nuevo califato sunita.
Y es que esta acción aunque parezca una simple concesión de Trump a la nueva mascota de los petrodólares, tiene una transcendencia en la que nadie ha reparado. Se trata de darle la mano a los mismos que perpetraron el 11S-y el 11M patrio-, así como a los mismos que cercenaron miles de vidas estadounidenses en Iraq y Afganistán. De esta forma vemos lo ingenuo y oscuro de esta visión trumpiana de que los «bussines» pueden solucionarlo todo. De esta forma se olvida la idiosincrasia de estos regímenes surgidos de lo más oscuro de las atrasadas arenas del desierto.