La buena alimentación es una necesidad básica para la supervivencia del ser humano. La producción alimentaria mundial debería permitir satisfacer esa necesidad con solvencia, pero esto no es así, ya que, según la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, entre 691 y 783 millones de personas padecieron hambre en 2022. La razón es, según la ONU, que casi «un tercio de toda la comida producida acaba pudriéndose en los cubos de basura de los consumidores y minoristas, o estropeándose debido a un transporte y unas prácticas de recolección deficientes».
En el caso de España, cada año que pasa se va reduciendo ese desperdicio. Según el Informe sobre el desperdicio alimentario en los hogares de 2022, publicado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, cada hogar desperdicia 65,5 kilos-litros de alimentos y/o bebidas, aunque cabe destacar que el 29,2% no desperdició ningún alimento, tres puntos más que el año anterior.
En cuanto a los productos sin elaborar, desechados en el 70,8% de los hogares, los más desperdiciados son las frutas, verduras y hortalizas, y los lácteos. En los platos preparados, desechados en el 30,2% de los hogares, ha aumentado el desperdicio respecto al año anterior, destacando el de la carne, sobre todo por la peor gestión de embutidos y salchichas en hogares de 1 o 2 individuos.
Pese a que en Navidad, según una encuesta realizada por los responsables de la aplicación Too Good To Go, se tiene la sensación de que es la época del año en la que se desperdicia una mayor cantidad de alimentos, el 32,1% deshecha más del 10% de los alimentos adquiridos para las fiestas, la mayoría de estos son postres y dulces azucarados. Lo que quiere decir que en Navidad no se sigue la tendencia del resto del año.
Es en el verano cuando se dan los mayores niveles de desperdicio. Los motivos son, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la peor refrigeración de los alimentos por el calor, «el mayor tiempo de ocio y las vacaciones». Esta sería la razón por la cual frutas, verduras y hortalizas son los alimentos que más acaban en el contenedor de basura.
El aumento del coste de la cesta de la compra se debe a la inflación, provocada por la subida artificial del precio de la energía y la negligencia de las autoridades europeas, que «han encendido la impresora de billetes» para regar con estos, los conocidos como Fondos de Recuperación Next Generation UE, a las empresas en su plan de digitalización y avance de las energías verdes. Si hay más dinero en el mercado este tiene menos valor, lo que perjudica a la mayoría de la población, que no ve retribuido el aumento de la oferta monetaria en sus emolumentos, perdiendo poder adquisitivo. En España, el 26% de los hogares se salta comidas porque no pueden asumir los altos precios. Reducir el desperdicio de alimentos ayuda a apaciguar este problema, pero estos deben ser distribuidos para satisfacer las necesidades alimentarias de la población vulnerable. Las decisiones tomadas por las autoridades políticas nacionales y comunitarias en cuanto a la soberanía alimentaria están enfocadas en convertir al sector en el negocio de unos pocos. Las deslocalizaciones, ya no solo industriales, y la competencia desleal provocada por los acuerdos de libre comercio hacia agricultores y ganaderos que producen en la UE son prueba de ello. Mientras el grueso de la población se esfuerza en aprovechar al máximo los alimentos, otros juegan con las cosas de comer.