22 de agosto de 2025

Eduardo Casanova: subvenciones, fracasos y vampiras inclusivas

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En los Premios Goya de 2020, Eduardo Casanova no habló de cine. Habló de dinero. «Necesitamos más dinero público para nuestras películas», reclamó entonces ante las cámaras. El Gobierno le escuchó y, desde entonces, los cheques han llegado. El problema es que cada euro invertido en sus proyectos se ha traducido en salas vacías y en películas tan extravagantes como irrelevantes.

Su ópera prima, Pieles (2017), costó alrededor de un millón de euros financiados casi en su totalidad con inversión privada. El Ministerio apenas aportó 12.000 € para cubrir su participación en la Berlinale. En taquilla, la película se desplomó: apenas 82.436 € y unos 14.600 espectadores. El filme, un desfile grotesco de personajes deformes y sexualizados, fue más un experimento estético para festivales que una historia con capacidad de emocionar al gran público.

En 2023 estrenó La piedad. Esta vez sí, con una generosa subvención del ICAA: 317.570 €. El argumento giraba en torno a la relación enfermiza entre una madre y su hijo, concebida como metáfora de los regímenes totalitarios. El público, sin embargo, le dio la espalda: la recaudación se movió entre 17.500 y 18.100 €, con unos 2.700 a 2.900 espectadores en total. Es decir, más de 100 euros de dinero público por cada entrada vendida.

Y ahora llega Silencio, una miniserie digital en la que Casanova redobla la apuesta: vampiras queer con VIH, que se expresan en lenguaje inclusivo, envueltas en una trama que entrelaza la peste negra con la pandemia del sida. El proyecto se presentó este agosto en el Festival de Locarno, pero sigue sin plataforma de distribución confirmada y, a fecha de hoy, no figura en los listados de ayudas públicas ni consta cuantía de subvención estatal.

El patrón es evidente. Casanova ha hecho de la provocación woke su marca personal. Un cine hedonista y caprichoso, que celebra el individualismo, la ruptura de la familia, la identidad líquida y la disolución de cualquier lazo social. Cada euro que se entrega a películas que no ve nadie es un euro que se le roba a relatos capaces de reforzar los valores comunitarios, nuestra cultura, nuestra historia y nuestra identidad. Y en esto la responsabilidad no es solo de Casanova: es del Ministerio de Cultura, que con dinero de todos alimenta caprichos ideológicos mientras abandona el cine que de verdad nos representa.