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La gira de la yihad de Trump

Acuerdos millonarios con dictaduras del Golfo y rehabilitación de un presidente sirio vinculado a Al Qaeda. El dinero por encima de todo.

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Donald Trump ha regresado a la escena internacional como lo que siempre ha sido: un hombre de negocios. Su primera gira, tras volver a ocupar la Casa Blanca como presidente del llamado «mundo libre», ha sido, nada más y nada menos, que a las principales monarquías árabes promotoras del fundamentalismo islámico: Arabia Saudí, Catar y Emiratos Árabes Unidos.

Estos países —dictaduras que explotan a los trabajadores, denigran a las mujeres, censuran y encarcelan a quienes disienten— llevan décadas siendo señalados por su implicación en la financiación del yihadismo. Hoy, Trump los trata como «aliados estratégicos». En realidad, como clientes de lujo.

El balance de la gira es escandaloso: un memorando de 600.000 millones de dólares con Arabia Saudí, acuerdos por 243.000 millones con Catar y otros 200.000 millones con Emiratos. Qatar Airways ha cerrado además la compra de 160 aviones Boeing, y el gobierno catarí ha ofrecido un Boeing 747-8 valorado en 400 millones de dólares como «gesto» para sustituir al retrasado Air Force One. Más que un regalo diplomático, parece un pago por servicios prestados.

Los negocios con estos regímenes autoritarios no comenzaron con Trump: también se hacían bajo la administración Biden. La diferencia es que ahora se hacen sin hipocresía progre, sin excusas: solo con cheques. Y mientras se imponen aranceles a supuestos países aliados en Occidente, a las dictaduras del Golfo se les extiende la alfombra roja.

Pero lo más grave ha sido el caso de Siria. Trump se ha reunido en Riad con Ahmed al‑Sharaa, nuevo presidente sirio y antiguo comandante de una facción de Al Qaeda. Hasta diciembre de 2024, Estados Unidos lo consideraba un terrorista peligroso y ofrecía una recompensa de 10 millones de dólares por su captura. Ahora, Trump lo presenta como un interlocutor legítimo, ha anunciado el levantamiento de las sanciones impuestas a Siria y ha elogiado su supuesto papel «estabilizador», siguiendo la línea ya iniciada por Macron. Todo esto mientras continúan saliendo a la luz matanzas, desapariciones forzosas y una brutal persecución contra cristianos y otras minorías.

La indignidad no termina en Washington. En Europa, y especialmente en España, Vox —que presume de combatir el islamismo— guarda silencio. No vaya a ser que, entre Boeing y petróleo, se nos enfade el jefe.

La «guerra contra el terror» ha terminado como empezó: como un negocio. Pero ahora ni siquiera hay pretextos. Trump ha hecho de la yihad un socio comercial. Y ha dejado claro que en su agenda solo manda una ley: la del beneficio.

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