Un reciente informe del Senado de Estados Unidos ha lanzado una advertencia inquietante: la automatización y la inteligencia artificial podrían hacer desaparecer hasta 100 millones de empleos en los próximos años. Lo que antes parecía una amenaza lejana ya empieza a sentirse en las fábricas, los restaurantes y las oficinas del país.
El documento señala que la carrera por automatizar no obedece a una necesidad técnica, sino a una decisión económica. Las grandes corporaciones y sus directivos impulsan la sustitución de trabajadores para reducir costes y aumentar beneficios, sin importar el impacto social que eso genere. En los últimos 50 años, se ha producido una gigantesca transferencia de riqueza: el 1 % más rico acumula hoy más dinero que el 93 % de la población restante, y unos 79 billones de dólares han pasado de las manos del 90 % más pobre al 1 % superior.
En este contexto, la automatización se presenta como el nuevo vehículo de esa desigualdad. Robots que cocinan, algoritmos que gestionan almacenes o programas que elaboran informes contables ya están reemplazando a personas reales. En cadenas como Amazon o Walmart, cada avance tecnológico equivale a menos empleos y más margen de beneficio.
El informe del Comité de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones del Senado advierte que casi la mitad de los puestos actuales podrían ver automatizada más de la mitad de sus tareas. No hablamos solo de fábricas: también de profesores auxiliares, transportistas o administrativos. Millones de empleos en riesgo por una revolución que no todos podrán seguir.
Ante este panorama, se proponen respuestas como la reducción de la semana laboral a 32 horas sin pérdida salarial, la creación de un <<impuesto al robot>> para las empresas que sustituyan empleo humano con máquinas, y el fomento de la propiedad compartida de los trabajadores. El informe también plantea que los empleados puedan poseer al menos el 20 % de las acciones de sus empresas y que casi la mitad de los puestos en los consejos directivos sean elegidos por ellos. A la vez, se pide modernizar el seguro de desempleo para que nadie quede desprotegido durante esta transición.
Mientras la inteligencia artificial redefine el trabajo, crece el temor de que la brecha social se ensanche aún más. Si no se actúa pronto, millones de personas podrían quedar atrás, atrapadas en un sistema que premia la eficiencia y castiga la humanidad.
Porque el progreso tecnológico solo tendrá sentido si sirve para mejorar la vida de la mayoría, no para seguir enriqueciendo a una minoría que ya lo tiene todo.