Desde la antigüedad, la Península Ibérica se ha considerado un nudo de tránsito humano, sirviendo de punto intermedio entre África y Europa. Se llegó a plantear la posibilidad de que la población humana del continente se dio al cruzarse el estrecho de Gibraltar, hace millones de años.
Pero ha pasado mucho tiempo, y se presupone que los Estados que se conformaron en la antigua «Iberiké» (Portugal y España), son estados modernos, y capaces de controlar sus fronteras. Y por lo tanto tendrían herramientas para administrar los masivos movimientos migratorios que se producen en nuestra era de la globalización desacerbada. Pero en toda Europa se viven tiempos convulsos, existiendo una fuerte tendencia a desdibujar las fronteras de los países y entregarse a la avalancha demográfica de otras regiones del planeta. En España a esto se le suma una legislación laxa que se rige por un «ius solis» etéreo. Y no olvidemos, la herencia del franquismo provoca que el más mínimo sentimiento de preservación de lo español sea concebido como reaccionario y criminal.
A esto se le suma un mundo que lejos de aminorar su actividad bélica tras la caída del Muro de Berlín, cada año la aumenta.
Trasladándonos al contexto geográfico en el que se encuentra España, el primer gran foco de inestabilidad, y por lo tanto de un ingente flujo de migrantes, es el Sahel. Este término significa precisamente «Frontera», marcando así una división desértica que existe en el vastísimo continente africano. Va entre la franja norte, islamizada y arabizada desde el siglo VIII, y la franja sur predominantemente de etnia negra y animista a la par que cristiana. Los dos principales jinetes del apocalipsis que azotan esta región son la pobreza, y por otro lado el yihadismo. Aunque en la región solo existe el conflicto bélico abierto de Mali, con el noreste independentista y tuareg, no todo el país está inmerso en una guerra constante. Por otro lado existen otros países con un Estado débil incapaz de combatir eficazmente al terrorismo islamista, como Burkina Faso o Chad. Chad se encuentra más al Este con respecto a España -colindante con el siempre inestable Sudán-, y su anterior jefe de Estado murió en un enfrentamiento directo con los islamistas. En este ámbito destacaría también el territorio de lo que antaño fue el Estado libio, destruido tras las Primaveras Árabes. Pero los flujos migratorios de esta región han tendido más a dirigirse hacia Italia y Grecia y no tanto hacia nuestro país.
Finalmente el Sahel está coronado por las dos principales potencias regionales: la Argelia en la cual el expresidente Bumedián no tuvo ningún reparo en afirmar al público que el arma para la conquista de Europa era el vientre de sus mujeres. Es cierto que el flujo migratorio argelino se suele dirigir más hacia Francia, ya que allí se les dispensa de forma directa la nacionalidad por su pasado colonial. A esto debería sumársele la buena sintonía que ha demostrado tradicionalmente el Estado argelino con España, siendo un suministrador preferente de gas y petróleo, y colaborando desinteresadamente en la lucha contra el islamismo. Y es que Argelia es consciente de que no le conviene una España hostil de cara a un futuro -y bastante probable- enfrentamiento con Marruecos.
Sin embargo, el fuerte servilismo gubernamental hacia las dádivas marroquís, la gestión de la cuestión saharaui y la alianza indisoluble de Argelia con Rusia, siendo España un país OTAN, pueden hacer que la excolonia francesa mire con hostilidad a nuestro país. Y al lado nos encontramos el reino alaui, sobre el que sobran las palabras acerca de su perspectiva estratégica hacia nuestro país, jugando al juego de las zonas grises y bajo un enfoque de hegemonía a doble altura: por arriba agasaja con todo tipo de regalías a nuestra élite política a cambio de pedacitos de soberanía patria, y por abajo envía en masa a un contingente poblacional que es muy complicado que se pueda integrar en nuestro país.
Si bien el reino alaui goza de un trato de preferencia con Estados Unidos, dista mucho de ser el paraíso que la propaganda oficial promulga. Y es que la desigualdad interna provoca una fuerte pulsión social que en los países islámicos suele ir de la mano de la eclosión de movimientos integristas, bastando solo con observar las multitudinarias manifestaciones a favor de Palestina, entre las cuales no hay que ser muy avispado para suponer que existe una opinión bastante favorable al fundamentalismo más extremo que encarna Hamás, así como un fuerte antisemitismo.
Pero por si esto no fuera poco, se suma la postura del gobierno actual de Sánchez con respecto al conflicto de mayor antigüedad en Oriente Próximo, la guerra en Gaza. Y es que en un ejercicio de malabarismo digno de mención, el ejecutivo del PSOE ha hecho innumerables giños a la mal llamada «causa palestina» (más propio el apelativo de causa islamista). Esto le ha hecho merecedor de una y mil gratitudes por parte de Hamás, pero sin llegar a romper relaciones diplomáticas con Israel ni cortar la venta de armas de las empresas españolas al estado hebreo.
Y es que con el regreso de Trump a la Casa Blanca la opción de la limpieza étnica -entiéndase como un desalojo de todos los palestinos de Gaza- cobra cada vez más plausibilidad. Y es que si los sectores menos islamistas palestinos ya causaron problemas y fueron expulsados de países musulmanes como Jordania, Líbano o Egipto, los efectos que podrían tener en nuestro país podrían ser devastadores.
En la región del Oriente Próximo también se ha producido el vertiginoso derrumbe del régimen de Bashar Al-Assad. Los países del centro y norte de Europa que mayor número de «refugiados» acogieron en 2014, como Alemania o Suecia, desde le primer día del nuevo gobierno islamista en Damasco han comenzado a hacer gestiones para devolver a los sirios a su país de origen. Pero el país sigue devastado y el nuevo régimen de Al Jolani/Al Shara solo promete ser una colonia a disposición de Turquía, los Emiratos y Arabia Saudita. Por lo que aunque los islamistas de la diáspora siria celebraran por todo lo alto en Europa la caída de Al Assad, se ve como irreal un retorno en masa a su país. Y es que también existe la posibilidad de que estos sirios al ser expulsados de los países del norte decidan trasladarse a nuestro país. Aquí gozarían de un sinfín de incentivos para hacerlo. Lo que si parece poco probable es que España vaya a acoger a los numerosos cristianos que están siendo perseguidos desde que HTS y sus aliados islamistas llegaron al poder, ya que ningún órgano estatal se ha pronunciado al respecto.
Finalmente, nos queda una región lejana, pero muy vinculada a España. La violencia y la pobreza generan más desplazados, y nuestro país es un destino preferente. El caso más grave es el de Venezuela. Se estima que hay más exiliados que habitantes en la propia patria de Bolívar. Países como Chile y Perú, que acogieron grandes contingentes, ya toman medidas para su retorno. Pero Venezuela sigue en crisis. Muchos podrían acabar en España. Esto abre la puerta a problemas de integración y marginalidad. Además, la laxitud frente a la delincuencia y la facilidad para obtener la nacionalidad española agravarían la situación.