En medicina, se recurre a los tratamientos experimentales si el diagnóstico es firme, no existen tratamientos alternativos y si el resultado del paciente es grave. Pese a que la disforia de género no es una enfermedad mortal, que los estudios revelan la curación de la mayoría de los casos al alcanzar la madurez y que los estudios disponibles más sólidos respaldan la espera y el apoyo emocional como el mejor tratamiento, el lobby médico queer prefiere ignorar todo el código deontológico.
Hace unos días se filtraron unas conversaciones entre la Asociación Mundial Profesional para la Salud de las Personas Transgénero (WPATH) y sus afiliados donde se cuestionaban las terapias de «reasignación de género», nombre que, por cierto, me recuerda a las famosas terapias de reconversión de homosexuales. En estas conversaciones, los afiliados aseguraban abogar por la amputación de senos sanos y la extirpación de órganos genitales funcionales.
En las conversaciones filtradas, se muestra como la WPATH contradice los Estándares de Cuidado de la organización. De puertas para fuera, los Estándares de Calidad de la entidad líder recomiendan bloqueadores hormonales y cirugía, pero de puertas para dentro discuten sobre la imposibilidad de obtener un consentimiento certero por parte de los adolescentes. Una de las médicos asociadas, Dianne Berg, afirma que «está fuera de su rango de desarrollo entender hasta qué punto algunas de estas intervenciones médicas les están afectando».
Por otra parte, el psicólogo que redactó el último capítulo de los Estándares de Calidad de la WPATH, Dr. Ren Massey, reconoce la incapacidad de los adolescentes para entender lo que supone dar el consentimiento a la esterilidad que provocan las hormonas empleadas. El psicólogo afirmó que «siempre es recomendable hablar sobre preservar la fertilidad con los adolescentes, pero es como hablar con una pared. Ellos pensarían: ¿Bebés? ¡Qué asco!».
Estas afirmaciones son aún más graves teniendo en cuenta que los miembros de la WPATH son conscientes de que los últimos reportes muestran un arrepentimiento generalizado en los pacientes transexuales respecto a la pérdida de fertilidad. «Algunos de los investigadores holandeses proporcionaron datos sobre adultos jóvenes que habían transicionado y lamentaban su esterilidad. No creo que eso nos sorprenda».
La rotundidad con la que defienden sus tratamientos en la prensa contrasta con el tono que utilizan de puertas para dentro. Todos los profesionales de la WPATH coinciden en que los cambios producidos «podrían» causar riesgos innecesarios. El propio presidente, el Dr. Marci Bowers, asegura «no conozco a nadie que conserve la capacidad de alcanzar el orgasmo cuando empiezan a hormonar en la etapa Tanner 2 (inicio de la pubertad)».
No nos podemos tomar estas declaraciones a la ligera, ya que la WPATH es toda una institución. Durante años se ha referenciado a esta organización como la garante de las mejores prácticas para el bienestar de las personas transgénero, hasta el punto de que la Asociación Médica Británica y el Consejo Médico General han recomendado sus prácticas.
Se está delegando la salud de los menores a una élite médica que no tiene ningún pudor en destrozarles los cuerpos con tratamientos frankensteinianos. Peor aún son las instituciones políticas que legislan no solo para permitir esto, sino también para fomentarlo llevando a miles de jóvenes a la locura. Los únicos que deberían arrepentirse en un futuro son ellos.