lunes, octubre 14, 2024

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Vence la ultraderecha en las elecciones de Holanda

Geert Wilders ha ganado las elecciones gracias a unas ideas consideradas de extrema derecha y criticadas ampliamente por los medios, pero aun así le han facilitado el apoyo de la mayoría de la población.

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Es la primera vez en la historia desde la Segunda Guerra Mundial que en Holanda vence un partido de ultraderecha, en este caso el Partido de la Libertad (PVV). Geert Wilders ha generado mucha polémica en toda su campaña y esta le ha granjeado el odio y la crítica de muchos grupos vinculados a la izquierda posmoderna. Sin embargo, pese a la habitual campaña de criminalización, el partido de Wilders triunfó en las elecciones.

Primero haremos una breve descripción de Wilders, político que inició sus posicionamientos desde un ala liberal dentro de la derecha, renegando totalmente de otros líderes más radicales como Le Pen. Sin embargo, en los últimos tiempos ha ido radicalizando más su postura, poniendo a Thatcher como un modelo al que emular. Su apoyo a Israel es ampliamente conocido, igual que su crítica al islamismo. Pese a ello, en materia económica no se aprecia una diferencia excesiva con respecto a otros partidos a los que confronta. La situación no es muy diferente a la de otros países en los que lo único que distingue a la izquierda de la derecha es su posicionamiento en cuestiones sociales, y el tema económico ha quedado fuera del debate político.

Para entender la situación de Holanda y el descontento de su población, hay que remontarse hasta hace al menos una década. Holanda se ha ganado el apodo de «núcleo del narcotráfico europeo», con bandas que están vinculadas a organizaciones criminales de origen marroquí. Los «ajustes de cuentas» y tiroteos son algo habitual que, además, impulsa a los jóvenes de esos contextos a formar parte de todo el entramado criminal. El aumento del porcentaje de inmigrantes (del 13,5% al 18,13% en los últimos años), siendo mayoritarios los turcos y marroquíes, no mejora esta situación, sino que además ha favorecido la segregación con la aparición de comunidades fuertemente islamizadas.

Por otra parte, los gobiernos marroquí y turco han seguido la política de mantener y reforzar lazos con los ciudadanos residentes de Holanda, lo que dificulta aún más la integración. Al margen de los discursos de un bando u otro, la realidad que tienen que vivir los ciudadanos holandeses es la de un clima de inestabilidad social, aumento de la criminalidad y peligro en zonas cada vez más amplias.

Debido a este tipo de problemáticas, Holanda no es el primer país en el que, en los últimos años, ha triunfado la derecha más radical. Ejemplos de ello son Italia, donde los ciudadanos demandaban un cambio drástico; Suecia, en la cual no gobernaron, pero se establecieron como segunda fuerza, algo nunca visto en este país. Otros ejemplos pueden ser Hungría, Polonia o Eslovenia, donde vemos un claro auge de este tipo de partidos y con respuestas muy similares al mismo tipo de cuestiones.

La pregunta que cabe hacerse es si el auge de estos partidos e ideas se debe a una manipulación eficaz por parte de estos hacia la ciudadanía. O, quizás, por el contrario, se debe a un recrudecimiento de las condiciones de vida y a una falta de soluciones por parte de los partidos más tradicionalmente de izquierdas. 

Los puntos principales del partido de Wilders son la antiislamización, la salida de la UE y el antialarmismo climático, ideas que tradicionalmente no deberían asignarse puramente a la derecha, pero que la izquierda actual ha convertido en su bandera. Sea de una forma o de otra, son ideas que interesan a la población porque sufren las políticas derivadas de ellas. 

La inmigración masiva es un problema que se está empezando a hacer un hueco en el debate público pese a las reticencias bajo el miedo de ser considerado racista. Como si hubiese temas que no pudiesen ponerse a debate, o ser susceptibles de análisis simplemente por afectar a un colectivo históricamente oprimido. Con dicha inmigración masiva no son pocos los casos de islamización, en algunos países ya no de individuos, sino de barrios o ciudades enteras, convirtiéndose en zonas «No-Go» para los habitantes de la ciudad. Es el caso de Holanda, Bélgica, Francia o Suecia.

El segundo punto es el de la UE, que siempre se ha presentado como la salvaguarda de los intereses de los países que la forman. Sin embargo, en la práctica esto dista mucho de ser así, pues se ha convertido en una entidad supranacional que beneficia económicamente a algunos países en detrimento de otros, con mecanismos para intervenir en ellos. Tenemos mismamente el caso de España en el cual las políticas de la UE se encaminan a un proceso de desindustrialización del país mediante el pago de subvenciones o limitaciones debidas a la contaminación. 

Precisamente ese es el tercer punto: Las políticas vinculadas al ecologismo. Se ha promovido un clima de alarma social en base al posible colapso del planeta, acelerado por las altas cuotas de contaminación que emite el ser humano. En algunos casos incluso se ha hablado de «ecoansiedad», como si el temor de que el mundo fuese a acabarse mañana debido a la negligencia del ser humano quitase el sueño a la población. En este punto podemos conceder que pueda haber parte de razón, pues para ello solo hay que acudir a las estadísticas que muestran los altos grados de contaminación hoy día. Sin embargo, todos estos análisis ecologistas y todas las repuestas «serias» a esta problemática siempre se traducen en lo mismo: el consumo individual. Tú, como individuo, eres el responsable de que el planeta no colapse, y si no reciclas o consumes con cuidado será culpa tuya que sí lo haga. La última medida que evitará que el mundo estalle en mil pedazos: tapón ultraecológico en el brik de leche.

Podemos tomárnoslo con más o menos humor, pero la realidad es que estos discursos ponen el foco siempre en el individuo, achacándole a él todos los males, cuando en realidad si nos vamos a las estadísticas veremos que más 71% de las emisiones globales se pueden remitir únicamente a 25 empresas. Pese a esa realidad, son los trabajadores los que tienen que pagar un plus porque es más caro fabricar algo desde un punto de vista ecológico y todos tenemos que arrimar el hombro.

Por desgracia, la izquierda actual no da soluciones a este tipo de problemas y los omite con «hábiles» juegos retóricos pero que no se traducen nunca en medidas concretas. No es de extrañar, ante este panorama, que en distintos países de Europa estén emergiendo fuerzas políticas en base a criticar esos pilares, pese a que luego su programa económico esté lejos de dar salida satisfactoria a las necesidades de los trabajadores.

No podemos finalizar sin explicar lo que seguramente el lector haya podido apreciar: el término de «izquierda actual» o «izquierda tradicional» que hemos estado utilizando. Esta diferenciación se debe a que actualmente aquellos partidos que se consideran de «izquierdas» parecen haber renegado de todo programa económico diferenciador de la derecha, apostando tibiamente por un apoyo social ligeramente mayor. Es por eso que al parecer han tenido que buscar un nuevo motor diferenciador en el panorama político. La defensa cultural del islamismo, la cual hacen no solo llegando a acuerdos con países abiertamente islamistas sino también por medio de la inmigración descontrolada que favorecen, es abiertamente contradictoria con cualquier modelo cultural que en un pasado hubiese querido implantar la izquierda. Además, choca abiertamente con otra de sus luchas como la de por la igualdad de la mujer. Es una contradicción evidente, de la cual se desembarazan al grito de «racista», pues todo el mundo sabe que criticar costumbres retrógradas se hace por el color de piel de quien las lleva a cabo y no porque ataquen la idiosincrasia de nuestra sociedad. En esta línea, el cambio climático, el feminismo, el antirracismo o la defensa de la Unión Europea en vez de la defensa nacional, no serían más que otros de sus elementos diferenciadores.

Lo trágico de este hecho es que la población que antes se identificaba con la izquierda ha sido arrastrada por dos posibles corrientes, la de comprar el nuevo discurso y su defensa por la simple justificación moral de «porque es de izquierdas», o el ostracismo político, incapaz de seguir a una izquierda desnortada ni a una derecha liberal tradicionalista. 

Por lo que hemos podido ver en otros países anteriormente mencionados, pese al conflicto ideológico de la población, cuando la situación se recrudece lo suficiente, las frases populistas y los ideales vacíos quedan relegados a un segundo plano y se apuesta por cualquiera que de medidas concretas y soluciones a los problemas que padecen. Aunque a la larga su situación económica empeore.

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