sábado, noviembre 2, 2024

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20.000 especies de abejas y de adoctrinamientos

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Cuando una película sobre transgenerismo infantil es anunciada a bombo y platillo a todas horas, y toda la prensa progre se empeña en adularla y en tacharte de ignorante por no correr al cine a verla, y es la favorita de unos premios al servicio del gobierno como son los Goya (no se vaya a perder un céntimo de subvenciones), uno ya sabe dos cosas: que la película no es buena y que el espectador va a ser sometido a un proceso de evangelización panfletaria. Por eso aguardaba con temor el día que tuviese que enfrentarme a «20.000 especies de abejas», no sin cierta curiosidad morbosa de saber cómo es el nuevo producto de difusión del dietario de ideología de género (esta vez a la española, que ya llevamos tiempo tomando nota de lo que se exporta de Estados Unidos). Dejemos los circunloquios y demos paso al film con el que tanto nos machacan, para analizar algunas cuestiones.

La película nos cuenta la historia de Aitor (interpretado por Sofía Otero), un niño de 8 años que viaja junto a su madre y hermanos a casa de su abuela, en un entorno vinculado a la apicultura y a la cría de abejas. Aitor vive una clara disforia de género, y sus vacaciones en el pueblo será el escenario de su desarrollo como niña trans, a la par que retrata su relación con cada miembro del núcleo familiar… pero la propia historia, sin pretenderlo, nos da una visión clara de dónde proviene una parte de sus conflictos internos.

Lo primero que llama la atención es un problema de falta de autoridad de la figura materna, que descuida a su hija mayor y al mediano, y transige en todo con el pequeño. Su madre Ane, sumida en sus ambiciones profesionales, es ajena a sus otros hijos mientras sobreprotege a Aitor, consintiéndole sin poner límites y tolerando todo lo que el niño hace. Ante la falta de orden, Aitor desprecia a su madre como se esconde tras sus faldas cuando lo siente necesario. Especialmente significativa es la escena en que Ane discute con la abuela sobre la crianza del niño, diciendo «Aitor no está confundido, es un niño con una sensibilidad especial», a lo que la abuela responde, «tú le estás convirtiendo en especial, permitiéndole que haga todo lo que le dé la gana». 

No digo que esta sea, ni mucho menos, la razón desencadenante del transgenerismo de Aitor, pero la falta de autoridad de los padres suele conllevar a una ruptura de valores y a una visión distorsionada de la realidad por parte de los niños. Tanto la falta de límites como el exceso de estos, puede perjudicar la autoestima, identidad y autonomía del infante. En el caso a tratar, la ausencia de reglas y de responsabilidad es parte del problema. Cuando Ane debería imponer cierta autoridad, prefiere entregarse a divagaciones y mirar hacia otro lado, permitiendo que Aitor crezca mimado y «asilvestrado», sin un modelo de conducta al que atenerse.

La trama no incide en el germen de las infancias trans. A Aitor le ha tocado rechazar su cuerpo y su género como por un sorteo del azar, no hay nada que cuestionarse de los interrogantes que rodean a la disforia de género. Sin ánimo de hacer Spoiler, lo más parecido a una explicación que tenemos, es una charla que Aitor mantiene con un hombre acerca del significado de la fe, a lo que responde al niño que la fe es una certeza que solo uno puede sentir. Vamos, que Aitor es una niña porque a sus 8 años él puede saberlo por una corazonada personal. Si esta es la explicación más objetiva y materialista que muestra la película, los niños que la vean están apañados con el incongruente mensaje que están recibiendo. 

Por otro lado, el guión elimina de forma premeditada la figura del padre, que solo aparece 5 minutos al principio y al final de la película. En general, prácticamente no hay figuras masculinas adultas en todo el metraje, limitando el elenco de personajes a un ambiente estrictamente matriarcal. Todo esto, junto al problema de autoridad de la madre, tiene un impacto sobre la pugna interna que sufre Aitor.

Adentrándonos en otros aspectos, nos encontramos con una película que, en su intento de retratar escenas de alta carga emocional de la manera más realista posible, no logra tener una línea argumental definida: saltamos de una situación a otra de forma caótica, muchas veces sin un nexo claro entre algunos segmentos del film, lo que provoca la sensación de un guión escrito a toda prisa o con cierta desgana. La ausencia total de banda sonora de fondo (excepto en los títulos de crédito) hace que el metraje se vuelva muy surreal, y el ritmo de la acción es tan lento que su visionado acaba por ser soporífero. Unido a la incierta continuidad de los acontecimientos, al llegar al final (bastante inconcluso y mal resuelto) tienes la sensación de que sus 2 horas de duración podrían haberse resumido en la mitad de tiempo. Gran parte de la película está deliberadamente hablada en euskera, haciendo que los personajes cambien del castellano al vascuence y viceversa en los diálogos casi a cada momento, lo que acaba siendo empalagoso y pesado.

Hablando a título personal, si tuviera que catalogar de alguna forma a esta película, sería como simple y llanamente aburrida, no alcanza a transmitir absolutamente nada por mucho que trata de explotar su carácter emotivo. Aunque el tono de tolerancia da a entender que la temática debería enternecernos por imperativo, en ningún momento resulta conmovedora. Intenta buscar la lágrima fácil al espectador en muchas ocasiones sin lograrlo, y es que esa presunción sensiblera que maneja la historia de que debemos emocionarnos per se, es lo que hace que te deje completamente indiferente. Podemos ser más críticos o no con el mensaje del film, pero lo que está claro es que se trata de una película de trama muy pobre, con un ritmo narrativo irregular y con una dirección de acontecimientos poco clara (sin llegar a ser del todo una mala película). Sí que resaltaría lo bien retratado que es el mundo rural, la ambientación fría y de quietud, o algunos papeles secundarios como la abuela y las tías de Aitor.

Con lo analizado hasta ahora ¿Cómo es posible que esta película acapare el mayor número de nominaciones a los premios Goya? La respuesta es obvia: simplemente es un producto amparado por el discurso políticamente correcto de moda, y como tal debe ser aupado sin concesiones. Esta vez, el adoctrinamiento es demasiado cínico y decididamente mascado para su asimilación. Esto es lo que debe ser difundido y premiado, hay que bombardear al público y metérselo por los ojos hasta que lo fagocite, y quien no esté de acuerdo es un reaccionario, un tránsfobo y todo el abanico de apelativos de recurso fácil. 

Con sinceridad, tiene el apoyo que tiene por el discurso que entraña y porque es lo que debe establecerse, esa es la única verdad tras el renombre que los medios han prefabricado para ella. A la prensa mainstream le parece una película maravillosa (en absoluto es tan buena) y cada medio repite exactamente lo mismo, tratando de no cuestionar nada ni destacar ningún aspecto negativo, halagando su mensaje de diversidad y comprensión casi de forma idéntica… pero la mentira mil veces repetida nunca se convierte en verdad.

Por supuesto que la película pasa por alto las cuestiones morales de las llamadas infancias trans, como la hormonación y la mutilación genital, ni aborda la toma de decisiones irreversibles a una edad temprana en que la personalidad no ha sido desarrollada. Esta es una cuestión que queda totalmente fuera de escena, porque estropea la imagen idealizadora que trata de transmitir. Visto desde esta perspectiva, 20.000 especies de abejas no va más allá del relato sentimental e idealista, y desecha aquello que no conviene abordar. El conflicto de la crisis de identidad es mucho más profundo, no puede reducirse tan solo a un melodrama subjetivo y lacrimógeno, con una historia superficial y sesgada que deja muchos interrogantes abiertos. 

La mayoría de casos de disforia de género en niños acaban disipándose con la transición a la vida adulta, reduciéndose a una breve etapa confusa de la infancia. Si el paso natural de la niñez a la adolescencia suele ser la solución a este problema, es un error consentir tratamientos hormonales para retrasar la llegada de la pubertad. Por eso, mensajes como el de esta película, que pasa por alto el proceso de transición y sus consecuencias, pero que anima a iniciar el camino previo sin cuestionar si no es otra vicisitud pasajera de la aventura de crecer, es una influencia nefasta para cualquier chiquillo en esos años difíciles que son la infancia.

1 COMENTARIO

  1. ¿«Evangelización»?
    ¡Que va, cacopaideia! Pues «la falta de autoridad de los padres suele conllevar a una ruptura de valores y a una visión distorsionada de la realidad por parte de los niños. Tanto la falta de límites como el exceso de estos, puede perjudicar la autoestima, identidad y autonomía del infante.

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