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Sánchez se refiere constantemente a la concordia entre los españoles: a la necesidad de dialogar. También dice que el arte de la política consiste en llegar a acuerdos y en tirar hacia adelante con este gran país. Sánchez no frena, desvergonzadamente, de hilar argumentos manidos y de afirmar frases hechas. Es mentira lo del diálogo. La necesidad de la concordia y del reencuentro entre españoles tan sólo es una simple excusa para alcanzar pactos con los independentistas: para cambiar votos en el Congreso por impunidad en los Tribunales. Sánchez está gobernando España enfrentándose -levantado un muro- a más de once millones de españoles. Lejos de ser un Presidente investido de la dignidad de ese cargo, Sánchez gobierna contra todo aquel español que no le apoya. Sánchez gobierna contra nosotros. Y lo malo es que ya se ha dicho todo, absolutamente todo, sobre él: su felonía deja muy poco margen al comentario ingenioso y creativo. Ante tanta desfachatez tan sólo podemos juntar letras.

Un político con un mínimo sentido del Estado había preferido alcanzar puntuales acuerdos de gobierno con el Partido Popular antes que tener que poner a la nación española en las manos de la tropa miserable que, en definitiva, nos está empezando a gobernar. Eso sí que hubiera sido practicar esa mántrica concordia entre españoles. Sin embargo, en vez de conformar una sólida mayoría en tiempos de crisis, el Presidente del PSOE -no es más que eso- opta por la politiquería más rancia y por el choque sectario frente a los que no le respaldamos.

En la mañana de ayer alcanzó Pedro Sánchez la mayoría parlamentaria necesaria para ser, otra vez, Presidente del Gobierno de España. Podéis creer que me gustaría utilizar otra calificación, pero sólo me sale esta: la mayoría que ha configurado el nuevo Gobierno Sánchez es nauseabunda. Una indefinible conjunción de intereses que abarca desde la extrema derecha identitaria separatista hasta la pseudoizquierda podemita: delincuentes, terroristas, prófugos de la Justicia, indigentes ideológicos y malversadores de fondos públicos. Jamás un Presidente en España se había atrevido a tanto. Jamás un Presidente de España -y mirad que hemos tenido ejemplos muy notables de ausencia de decoro público- se había apoyado en estos pilares para llegar a La Moncloa.

Hasta aquí Sánchez. Hasta aquí hemos llegado.

Esto es una vergüenza. La amnistía de los independentistas catalanes es una vergüenza, además de una humillación para todos nosotros: los españoles que cumplen con las leyes, pagan a la Administración Tributaria y pasan por el aro de un Estado cada vez más grande e intervencionista. No es una frase hecha: la Ley de Amnistía rompe el principio constitucional de la igualdad entre los españoles. Un principio que ya estaba roto desde un punto de vista económico y que, por obra y gracia de la ambición de un solo hombre, también se ha destrozado en su aspecto político. Además, Sánchez dinamita el trabajo de nuestros Jueces que, lejos de llevar a cabo una cacería política tal y como afirman estos jetas, se han limitado a hacer cumplir las leyes españolas frente a unos delincuentes. Durante estos últimos años -desde que se inició la revuelta independentista- se nos ha repetido desde el Gobierno que los políticos y cargos públicos que infringen las leyes deben pagar las consecuencias como cualquier otro ciudadano. Eso ya no nos vale. Esta Ley de Amnistía ha terminado de hacer añicos la Constitución sin otros motivos -es que no hay más- que los que necesitar Sánchez los votos secesionistas para formar gobierno.

Estos acuerdos infamantes no sólo están contribuyendo decisivamente al progresivo empobrecimiento de los trabajadores españoles: también están colando, por la puerta de atrás, una modificación constitucional de nuestro modelo territorial. Nos están metiendo con calzador ese federalismo asimétrico que lleva lustros proponiendo el PSOE. Un federalismo chato que -sin apoyarse en nuestras realidades históricas- tiende a marginar a la España pobre frente a la España rica. Esa España sin lustre que no tiene derecho a la condonación de sus deudas ni a los relatores internacionales. Esa España de los miserables que van a prisión -sin que nadie lo evite- siempre que se incumple el Código Penal. Este país se ha vuelto inhabitable. Conmigo no cuentes Sánchez.

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