El resto de la escena mediática, un poco más realista que la anterior, ante las contradictorias declaraciones y acciones diplomáticas del nuevo presidente republicano ha teorizado sobre la teoría del «rey loco». Esta estrategia consistiría en la simulación de una fuerte vehemencia en la proclamación de cuestiones maximalistas y casi realizables, pero su finalidad no sería otra que hacer que la parte contraria cediese ante la duda de si en realidad se quieren aplicar esas medidas o es un farol.
En la breve historia de los Estados Unidos han existido varios posicionamientos internacionales, alternándose entre los aislacionistas y los que favorecían un fuerte intervencionismo en casi todo el globo. En este contexto el «make America great again» trumpiano vendría a representar un retraimiento para solucionar los problemas internos, pero en una economía tan internacional como la actual esto no puede ser ajeno a la diplomacia con otros actores mundiales.
Esto nos lleva a la cuestión crucial en estos primeros 50 días de la administración Trump, los aranceles, calificados por el mismo Trump como la palabra más bella que se podría encontrar en el diccionario. Y es que el presidente estadounidense ha señalado a aquellos países con los que Estados Unidos tiene un déficit fiscal, lo que retraería las posibilidades de un crecimiento interno real.
Y esta azarosa batalla arancelaria tuvo como principal objetivo los principales socios comerciales estadounidenses, sus dos vecinos a norte y a sur. Con el vecino canadiense la presión ha ido también en el plano político, ya que Trump inicialmente planteó la cuestión de una unidad entre los dos países. Pero más allá de esta cuestión se ha traslucido que lo que realmente se espera del basto país del norte es que controle el flujo migratorio, ya que Canadá lleva años produciendo un gran efecto llamada de migración masiva, y esto afecta colateralmente a sus vecinos más al sur.
Por otro lado, las avecinas al vecino tan lejano de Dios y tan próximo a los yankees tenían reivindicaciones claras. La principal es la migratorio, ya que la frontera con México es inmensa y su control requiere de la implicación de los dos estados. A esto se suma la cuestión de la inseguridad, ya que si bien el Narcoestado que actualmente es México favorece en gran medida a las grandes empresas de armamento y al negocio de la droga y el tráfico de personas, esto acaba teniendo repercusiones negativas. Trump ha llegado incluso a amenazar con intervenir militarmente en el país hispano. Si bien esto es una postura maximalista, no parece que la situación de lo reinado de los Cárteles en México vaya a cambiar, ya que la actual presidenta es heredera de la línea de AMLO de «abrazos y no balazos», que se resume en un pacto amistosos con los cárteles co tal de que estos sean mínimamente discretos con sus cuestiones.
Sumado a esta continua amenaza trumpiana de aranceles si o aranceles no, está la cuestión estratégica, donde entran Groenlandia y Panamá. Tras la reciente victoria independentista es probable que el nuevo ejecutivo conceda grandes beneficios a empresas estadounidenses, sobre todo en lo relacionado con la explotación de materias primas, aunque la independencia de la tutela danesa no parece probable, ya que no existe voluntad para ello, lo que provocaría un enfrentamiento inter-OTAN que no es muy deseable para los estadounidenses. Tal como se informaba en el periódico recientemente, en Panamá la consecución del objetivo de Trump está más próxima a realizarse, con el repliegue chino de la misma, aunque no se descarta algún tipo de despliegue militar, al que la oligarquía que gobierna el país centroamericano no se opondría.
Finalmente, a la retórica del «rey loco» habría que sumarle otra concepción defendida con fervor por el propio Trump, y es el de la defensa de «la paz a través de la fuerza». Esto sería lograr un status quo internacional similar al escenario posterior a la caída del muro de Berlín, en la que la simple amenaza de intervención de Estados Unidos fuese un motivo de disuasión. Esta estrategia tiene su punto principal en la franja de Gaza, y en este punto surgen numerosas dudas de si realmente es una posibilidad plausible la limpieza étnica de palestinos del territorio gazatí. En defensa de la postura afirmativa se dirá que no es ni la primera –y seguramente ni la última de llegar a realizarse- limpieza étnica que se ha dado en la historia, recordando el reciente y olvidado caso del éxodo armenio de Navorno-Karabaj. Como contrapartida estaría la cuestión de a donde mandar a los gazatíes, ya que Jordania ya los expulsó en su día y Egipto no es muy amigo de los Hermanos Musulmanes que sustentan a Hamás. Quizás se abre la posibilidad del reasentamiento en el sur de Siria ocupada por los hebreos, pero Israel ha afirmado que el plan para esta franja es la de una zona desmilitarizada.