Somos de otra pasta. Mi generación no da crédito al escuchar que la mujer no puede denunciar sola un delito y que no puede frenar sola las impertinentes agresiones de un salido baboso: me niego a creer que la mujer sea considerada en todo momento una menor de edad sin un criterio personal sólido. No deja de asombrarme la consideración que -toda esta pandilla– tiene de la mujer. Las mujeres que conocemos -a Dios gracias- son personas fuertes, independientes y libres. Lo han sido siempre y mucho antes del ascenso del feminismo progresista. Tal vez por esto -porque nuestro mundo es otro- no dejamos de estar un tanto distantes de los espectáculos mediáticos con los que los progretas nos bombardean un día sí y otro también.
Resulta que, después de todos los millones de euros gastados durante el Siglo XXI con objeto de orientar a la mujer a la denuncia de situaciones de maltrato, y que después de todas las charlas, seminarios, jornadas informativas a nivel institucional y extrainstitucional, teléfonos 016, Puestos Informativos, Puntos Violeta y demás actuación pública desarrollada sobre este tema de la violencia de género -uno de los asuntos estrella de todo Gobierno durante los últimos años- vamos a terminar diciendo que todo este entramado no nos sirve. Lo que vale -lo que vale de verdad- es publicar cada uno de estos casos de violencia en el Perfil de Instagram de Cristina Fallarás. Ese sí que es un espacio seguro -Dios qué cursis son con su neolenguaje- y no lo son los cuartelillos, comisarías, Equipos Psicosociales, Juzgados de Guardia y demás parafernalia institucional. Orillemos las garantías procesales y centrémonos en la denuncia anónima en las Redes. Me encanta el progresismo, sus constantes círculos concéntricos y en lo que están convirtiendo este país.
Parece ser que los políticos del progresismo español no han hecho los deberes respecto no sólo al trato que uno debe tener con las personas del sexo contrario sino tampoco a la manera en la que se debe cuidar mínimamente las relación entre toda persona, sea cual sea su sexo, condición o credo. Errejón no es un caso raro. Tan sólo es el producto de la lamentable ausencia de la buena educación de casa de la que todos estos adolecen: de unas malas maneras en la vida privada que, por lógica, han incorporado a la vida pública. Por eso da lo mismo toda la matraca que den sobre el sí es sí, el no es no, las violencias y el patriarcado. Da los mismo porque no se lo creen ni ellos.
Y es que Iñigo Errejón no parecía tener una relación demasiado normal con las mujeres. Pero estas marranerías han salido a la luz pública justo ahora: precisamente en este momento y por medio de una pirueta internetera muy usual dentro de ese entorno político. Fueron estos fantoches de la nueva política los que se impusieron a golpe de tuit y se consolidaron a través del uso masivo de las Redes Sociales. Y este nuevo modo de hacer las cosas -que ya es más antiguo que el propio Errejón– marca los hitos de lo que ha pasado ahora: una publicación anónima oficial, unos también anónimos -e inmediatamente posteriores- señalamientos en estas mismas vías para -después y como traca final- publicar una serie de reportajes duramente incriminatorios en el Diario Público. El drama está servido: cocinado en las cloacas podemitas y sazonado con el dulce sabor de la venganza.
Estoy muy cansado de estos shows mediáticos con los que nos castiga siempre un mismo sector político: las formaciones progres que, abandonado hace lustros la lucha de la clase obrera- llevan también lustros tomándonos por indigentes mentales y por escasitos iletrados. Los mismos que liquidan sus cuentas ante los estupefactos ciudadanos mientras enmascaran sus puñaladas de pícaro en el pastiche repugnante de una transparencia inexistente. Siempre el mismo tono: las Cartas del Presidente a los Ciudadanos, los tuits de Oscar Puente, las excusas en defensa del Fiscal General o la Carta de Iñigo Errejón. Estoy hartísimo. Supongo que como muchos de vosotros.
Iñigo Errejón se va -le han defenestrado- y uno no puede menos que preguntarse en qué consistirá el próximo espectáculo de esta banda.
Decía el Conde Duque de Olivares -qué imperdonable citar a un gran hombre en para referirnos a a los Sánchez, Errejones, Díaz, Puentes y Echeniques– que los españoles cargábamos con el lastre indigno de nuestros propios pecados, y que la derrota y el declive imperial no eran más que un castigo de Dios por esta maldición. Yo no sé si este estigma se ha mantenido hasta esta misma fecha o si, por el contrario, son otras maldiciones las que lastran a este viejo y escarnecido pueblo. Lo que yo sé, a ciencia cierta, es que esto no nos lo merecemos y que -ya sea por culpa directa de los pecados que hayamos cometido o ya sea por cualquier otro origen nefando- no dejamos de sufrir la muy especial manera de hacer las cosas de esta caterva.